En julio de 2011, el Consejo de Ministros de Zapatero, aprobaba un
Real Decreto por el que el Ministerio de Cultura asumía las competencias en
tauromaquia y actividades taurinas. Era el punto y final a un despropósito por
el que la ministra Sinde y el ministro Rubalcaba cedían a las presiones del
lobby taurino.
Con la llegada del PP al poder y el nombramiento de un taurino, el
señor Wert, como ministro de Educación, Cultura y Deporte, estamos asistiendo a
una pesadilla para todos aquellos que creemos en la CULTURA con mayúsculas.
Aceptar de forma oficial que espectáculos reglamentados y basados
en el sufrimiento animal pueden formar parte de la cultura de España en el año
2011 (siglo XXI) es un apagón analógico de la inteligencia, una incineración de
las neuronas.
Lo complicado de esta perversa decisión era y es vender el producto,
convencernos de que los toreros y todos aquellos que de una u otra manera se
lucran con estos espectáculos de crueldad, han entrado por derecho en el mundo
de la cultura o dicho de otra manera y utilizando un símil taurino, que lo han
hecho por la puerta grande con todo merecimiento.
Es así cómo, a través de una campaña perfectamente orquestada y
organizada desde diversos estamentos, se han encendido los focos del plató
taurino y se está realizando, produciendo y dirigiendo esta película de terror
a cuyo rodaje estamos asistiendo perplejos en directo.
La ministra Sinde también nos dejó el Premio Nacional a la
Tauromaquia, de carácter anual y dotado con 30.000 euros. El escritor peruano y
premio Nobel, Mario Vargas Llosa, el filósofo Fernando Savater, los
cantaautores Luis Eduardo Aute, Joan Manuel Serrat, Joaquín Sabina, Alejandro
Sanz, algunos tenistas del equipo español de la Copa Davis, pilotos de motos
como Héctor Barberá y Toni Elías, patanes de la farándula como Bertín Osborne,
bufones como Albert Boadella, titiretos como Fernando Sánchez Dragó, o el
casposo presentador de la capa de televisión Ramón García, nos han dejado
manifestaciones inequívocas de su apoyo a la tauromaquia. Yo no creo en las casualidades… Alguno podrá
interpretar que falto al respeto a todos los nombrados con los calificativos
que he utilizado, pero no, soy profundamente respetuoso con quien me respeta, y
los nombrados nos han descalificado a los abolicionistas de la tauromaquia con
epítetos mucho más fuertes, así que, no merecen ninguna consideración.
La presidenta de la Comunidad de Madrid, a través del Centro de
Asuntos Taurinos, cambió el nombre de la Feria que se celebró en la plaza de
toros de Las Ventas, una vez concluida la de San Isidro, que pasó a llamarse
del “Arte y la Cultura” en vez de “Feria del Aniversario”.
Los matatoros han aparecido en medios de prensa vestidos con la
máxima elegancia, como si fueran modelos de pasarela, y hemos asistido a
espérpenticas entrevistas radiofónicas como la que le hizo a “Joselito”, con
motivo de la presentación de su “libro”, Montserrat Domínguez en la SER, en la
que el exmatatoros afirmó que el primer libro que había leído fue “La Ciudad y
los Perros”, nada más y nada menos. Todos conocemos quién es el autor de esa
obra.
También hemos visto a Cayetano Rivera, a Vargas Llosa (“La Ciudad
y los Perros”) y a Alejandro Sanz, en el nuevo programa de Julia Otero en
Televisión Española, en el que cómo no podía ser de otra manera han dejado sus
mensajes a favor del tauricidio.
El remate, aunque todavía tendremos que asistir a muchos más pantomimas,
que pretenden justificar lo que no puede ser justificado, es la aparición de la
foto que ilustra este texto en ABC: Juan José Padilla, pulcramente vestido,
delante de una biblioteca, que según consta en la noticia, se hizo en la librería
San Ginés de Madrid.
La fotografía parece tener una clara intención, la de hacernos
llegar el mensaje de la gran proximidad de este guerrero (ya le apodan “espartano”)
con el mágico mundo de los libros, en definitiva con la que puede ser la máxima
expresión de la CULTURA, la literatura.
Como dice el refrán: “antes se coge al mentiroso que a un cojo”. Ha
bastado utilizar el zoom del ordenador para darnos cuenta del cutre montaje del
que ha parido este nuevo fragmento de la
terrorífica película. La espalda del “espartano” está bien cubierta.
Esta vez no es el burladero de la plaza el que la protege, sino un gran número
de viejos textos cuyas solapas dejan entrever el paso del tiempo. No está rodeado
del ruidoso público sentado en los tendidos del coso taurino, sino del silencio
de las letras que llenan esos libros, que esperan ser abiertos y leídos para
transmitir lo que contienen, conocimiento, cultura en definitiva.
¿Cómo es posible qué en este espacio de estantería, que forma
parte de las muchas que debe tener la librería San Ginés, aparezcan un “Tratado
de Botánica”, uno de Derecho (“Tribunales y Jueces”), uno de Psiquiatría en
inglés ( “The Yearbook of Psychiatry and
Applied Mental Health 1994") y el “Diccionario Amaya de
Lengua Vasca”? ¿Será posible que este desorden sea el que reina en las
estanterías de este establecimiento, que dicen, abrió sus puertas en el siglo
XVIII en el Pasadizo de San Ginés 2 de Madrid, calle próxima a Sol?
Resulta curioso que sólo sea posible leer, con dificultad, los
títulos de estos cuatro volúmenes, eso sí, fijando mucho la vista o aumentando
el tamaño de la foto, mientras que los del resto de los libros se hace
imposible.
¿Es posible que el que colocó los textos nos quisiera mandar el
mensaje subliminal de lo variados que pueden ser los gustos de este iletrado?
¿Es posible que nos quisiera colar la idea de que lee en inglés, que le gusta
la naturaleza, que se interesa por las cuestiones del Derecho y que incluso
está a favor de la diversidad de lenguas y de identidades de nuestro Estado? ¿Es
posible que alguien pueda ser tan estúpido? ¿Es posible que un imbécil haya puesto
en práctica lo que intentó demostrar, sin éxito, James Vicary en 1957? La Asociación Estadounidense de Psicología,
ya explicó que los estímulos subliminales están subordinados a estímulos
asociativos estructurados previamente y que su único papel es el de reforzar
una determinada conducta o una determinada actitud previa.
Después de darle vueltas a todas las posibilidades, puede ser que
así haya sido, y si no lo es, es decir, que haya sido casual la ubicación de
los libros, no deja ser un atentado a la inteligencia presentarnos este
personaje rodeado, esta vez sí y sin que le sirva para nada, de sapiencia y
sabiduría.
Si la tauromaquia ha entrado en el Ministerio de Cultura, en
España todo es posible.
José Enrique Zaldívar Laguía.