jueves, 10 de mayo de 2007

TORERIAS


http://www.lavozdegalicia.es/se_opinion/noticia.jsp?CAT=130&TEXTO=5786900

RAMÓN PERNAS
Torerías

09/05/2007
RESULTA muy difícil de entender que a estas alturas y en una sociedad moderna, democrática y razonablemente bien informada, haya que pagar para mantener un espectáculo en el que durante dos horas se ejecutan, se asesinan con espada seis animales, seis toros. Mientras el público aplaude, jalea y si les ha gustado la manera empleada -ellos le llaman el arte de matar- en la tarea extrema de la muerte, agitan un pañuelo blanco que, interpretado por las autoridades designadas por el Ministerio de Interior para presidir la faena, es traducido como señal para cortar una o dos orejas al noble toro muerto y desangrado. Es la penúltima de las humillaciones infligidas. Cada año por estas fechas escribo en contra de una fiesta que siguen empeñándose sus defensores en denominar nacional; recibo tantos parabienes como insultos que cuestionan en ocasiones mi libertad intelectual y ponen en duda mi formación cultural. Los toros, pese al texto laudatorio y justificativo del profesor Amorós - Toros y cultura -, son como mucho agricultura, y eso porque la ganadería es una disciplina afín. Soy consciente de ello, y en plena feria taurina y madrileña de San Isidro, que se encadena a la semana de toros de Sevilla, compruebo una vez más que la afición no crece, merma, y que ya solo es una cita social donde, al modo de los salvajes espectáculos con fieras y gladiadores de la imperial Roma, se come, se merienda y se bebe como si en los dos mil años de distancia no hubiésemos evolucionado nada. La fiesta -¿por qué se llama así?- funeraria de los toros es un espectáculo seis veces brutal, seis veces letal cada tarde; lo bueno es que está en decadencia y los jóvenes no entienden su discurso de muerte. Sus defensores buscan plataformas para salvar su futuro, mueven a parlamentarios y convocan a gentes del mundo cultural para signar manifiestos de apoyo, pero afortunadamente con escaso éxito. La afición desorientada busca cada temporada referencias a las que agarrarse. La última es un rapaz de diecinueve años que esquiva al toro y le da muerte llamado Talavante; antes fue José Tomás, que este próximo mes de junio regresa a los ruedos y los aficionados de todo el Estado se han autoconvocado para hacer de esa corrida un plebiscito a favor de la tauromaquia. Son torerías; la fiesta languidece, se apaga poco a poco, solo la salva el rito social de ver y ser visto, y yo lo constato y se lo cuento a ustedes poniendo un énfasis que no disimulo aunque enfade a muchos de mis amigos, que no por ello van a dejar de serlo. Los toros están bien en el campo, con las vacas. Torturarlos hasta la muerte en la más primaria de las diversiones colectivas, en la más salvaje, no se entiende de ninguna manera. Seguiremos informando.

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