miércoles, 7 de marzo de 2007

CUENTO ANTITAURINO

Dibujos de Miguel Estaña.
CUENTO ANTITAURINO

Este cuento está basado en hechos reales y sirve de respuesta a las declaraciones que ha hecho recientemente el doctor Illera, director del departamento de Fisiología animal de la facultad de veterinaria de la Universidad Complutense de Madrid, en la revista taurina 6 toros 6, número 656, del 23 de enero de 2007. Sus declaraciones fueron publicadas bajo el título: “Por qué el toro no sufre”

Soy un toro de lidia, de esos que pasan más o menos cuatro años a cuerpo de rey en las maravillosas dehesas que pueblan mi país, conocido en determinados ambientes como la piel de toro. Soy tan importante para la cultura de mi pueblo, que en muchos lugares, su bandera nacional se adorna con mi silueta dibujada entre tres líneas horizontales de colores, dos rojas y una amarilla. Soy tan representativo para el resto del mundo que he sido elegido como mascota del próximo Eurobasket de baloncesto que se celebrará en España el próximo verano. Me han bautizado con el nombre de Bravo. Eso sí, me han puesto una camiseta roja de tirantes y una botas de baloncesto.
Durante los cuatro años que vivo a cuerpo de rey, a veces, me someten a una cosa que se llama la tienta, el acoso y el derribo, que dicen es para medir mi bravura y mi trapio, aunque en definitiva no es más que para cabrearme. También pasé por otra experiencia desagradable que es el herrado, pero prefiero no recordarlo.
Soy un bóvido, como las vacas frisonas o las charolesas, pero mi destino es diferente. Mientras que a unas las alimentan para producir leche y a las otras para producir carne, a mí me crían para matarme. Bueno, a ellas también las matarán, pero de forma diferente.
Un día, cuando más o menos he cumplido los cuatro años, me suben a un camión y me introducen en un espacio no demasiado grande. Alguna vez había subido en algo semejante. Fué cuando era más pequeño y me llevaban a las tientas. Algún amigo también lo utilizó para ir de una dehesa a otra, y otros, para ir al mismo sitio que las frisonas y las charolesas, es decir al matadero.
Entre unas cosas y otras, yo me estreso mucho y, entonces, mi sistema endocrino formado entre otras por unas glándulas llamadas hipotálamo, hipófisis y adrenales, se ocupa de descargar unas sustancias llamadas hormonas. Mi sistema nervioso periférico, le dice cuando me estreso a mi otro sistema nervioso, el central, que estoy angustiado, que tengo miedo. Yo, acostumbrado a vivir al aire libre y a hacer lo que me da la gana, de repente me veo encerrado en un espacio pequeño, que encima se mueve. Antes, como es lógico, he opuesto mucha resistencia, así que todavía estoy más enfadado, además de nervioso. Por esta razón he descargado a mi sangre mucho cortisol. Hay un veterinario que cuenta que igual somos claustrofóbicos, y que por eso nos estresamos mucho, pero no es más que una suposición sin ningún fundamento científico.
Es entonces, como he dicho antes, cuando en mi sangre, si me hacen unos análisis, se verá que tengo mucho cortisol. Esta es una de las cosas que dicen los estudios del Dr. Illera. Al fin y al cabo es la hormona del estrés. Hay otras sustancias que se llaman betaendorfinas y otras que se llaman catecolaminas, que también las produce mi organismo en estas ocasiones. De las primeras, las betaendorfinas, que dicen que controlan el dolor, en estos casos no produzco muchas, de las segundas, entre las que está la adrenalina, genero algo más.
Cuando me bajan del camión me llevan a una especie de cuadras, creo que las llaman chiqueros, en las que me vuelven a encerrar. Si la plaza donde me van a matar es importante igual me tienen allí uno o dos días, y quizás me den algo de comida. Pero si es de esas pequeñas o de esas prefabricadas, lo normal es que muera el mismo día de mi llegada.
A mi me tocó en una plaza grande, de esas que se llenan de gente con sus comidas y sus bebidas, sus peinetas, y sus buenos trajes; de esas donde al torero se le pagan muchos millones y los espectadores pagan mucho por ver como me lidian y me matan; de esas a las que va mucha gente importante, empresarios, futbolistas, políticos, actores, músicos, famosos, “famosotes”, incluso a alguna, ha ido el rey de España. Bueno, también va gente más modesta, pero esos se ponen en una zona que llaman tendido de sol o bien ocupan las localidades más baratas.
A lo que me van a hacer lo llaman arte, pero la verdad es que nunca supe, ni sabré por qué, y tampoco me importa demasiado.
Durante el tiempo que estuve en los chiqueros, ví, que tres de los toros que habían salido al ruedo volvían. Uno vino bastante bien, no sangraba, ni al parecer le dolía nada. Bueno, sí, le dolía una pata y cojeaba. Esa es la razón por la que había sido devuelto. Me comentó que había pasado un gran susto, que eso que había conocido ahí fuera le había estresado mucho. Tenía mucho cortisol en la sangre, pero betaendorfinas pocas. Esto se sabe porque le hicieron unos análisis de sangre cuando regresó. El siguiente en volver, si que estaba hecho polvo, el pobre. Un señor subido en un caballo le había clavado varias veces una cosa que llaman puya. La verdad es que sangraba bastante, respiraba muy deprisa, y en uno de los lados de su pecho se notaba palpitar su corazón muy rápido, demasiado. A este también le hicieron unos análisis, pero los resultados eran diferentes. Tenía muy altas las betaendorfinas y también las catecolaminas, pero las cifras de cortisol no eran las esperadas, si como él decía había sufrido tanto. Será exagerado el tío, pensé para mis adentros.
El tercero que volvió estaba más fastidiado que el anterior. De su cuerpo manaba mucha más sangre, y de su boca también salía algún hilillo rojo. Se movía muy despacio, mugía. Me murmuró, porque no podía casi expresarse, que además de los puyazos, le habían puesto banderillas. Efectivamente, sobre su lomo sobresalían unas cosas alargadas. Unos señores se las fueron retirando y ví que sus puntas eran una especie de arpones. Al quitarlas salieron unos enormes chorros de sangre. A éste también ví que le sacaban sangre para los análisis. Los resultados, según dice el veterinario que los hizo, eran parecidos al que habían devuelto antes, pero las tasas de cortisol tampoco eran las esperadas. De betaendorfinas también andaba sobrado, y de catecolaminas. Que raro pensé yo, será como dicen los que defienden la “fiesta”, que somos unos exagerados, que el sufrimiento que padecemos no es tan grande. Dicen además que como tenemos la sangre llena de betaendorfinas, somos capaces de neutralizar el dolor, y casi sentir placer.
Estaba yo absorto en estos pensamientos, cuando de repente oí mucho alboroto, música y gritos. Me azuzaban para conducirme por un camino limitado a ambos lados por tablones y de pronto, sentí un dolor importante en mi zona dorsal. Antes de salir a la plaza también me habían propinado algún “garrotazo”. Me habían pinchado y clavado una cosa que llaman divisa. Me sentí nervioso, asustado, tenía miedo. Soy un toro, así que los mecanismos de defensa psíquica como es pensar en otras cosas o tener conciencia de lo que está pasando que ponen en marcha otras especies como los humanos, yo no puedo utilizarlos. De repente mi sistema nervioso periférico le ha dicho a mi cerebro que les diga a mis glándulas que secreten las hormonas del estrés. Mi hipotálamo va a producir mucho CRF, que le dirá a mi hipófisis que produzca mucha ACTH, que a su vez le dirá a mis adrenales que descarguen mucho cortisol. Lo que quiere mi organismo es tranquilizarme, volver a la normalidad mi respiración acelerada, decirle a mi corazón que deje de latir fuerte. Pero no, es imposible. Acabo de salir a un recinto abierto, con un piso de arena fina y me veo rodeado de un gran gentío que grita, grita y aplaude. No sé donde estoy, y esto me asusta aún más. Mis glándulas descargan más hormonas, mi sangre se inunda de cortisol. Bueno, y también de adrenalina, y de noradrenalina, que son catecolaminas. También estoy descargando algunas betaendorfinas. Me he pegado alguna que otra carrerita, embistiendo a un señor que no había visto nunca que me llama a gritos y me enseña un trapo. Dicen que es rojo porque a mi me atrae mucho ese color. Es mentira, yo sólo veo en blanco y negro, mis ojos no tienen células especializadas para distinguir los colores. Lo cierto es que es rojo para que la sangre que emanará de mis heridas, no se note demasiado en el trapo. Os imagináis que fuera blanco…
Después de unas cuantas embestidas a varios señores con trapos en sus manos- derecha o izquierda, según que sean diestros o zurdos-, he notado que me quieren llevar hacía una zona determinada. No lo distingo bien, porque por la posición de mis ojos, mi visión lateral es muy limitada. Pero sí, ya lo veo, es un caballo con un señor encima. Conozco a este animal porque cuando me han hecho lo que llaman acoso y derribo, los señores que querían tirarme al suelo con sus largas lanzas con un pincho iban montados en ellos. Mis hormonas del estrés siguen muy altas en mi sangre. Mi volumen sanguíneo está intacto todavía.
Ahora, lo que me van a hacer es lo que denominan descongestionarme, quitarme fuerza, hacerme más lidiable, o como se ha dicho recientemente producirme algo de dolor para que mi cuerpo atlético, que es especial y diferente al del resto de las especies, descargue en milisegundos unas sustancias milagrosas que me quitarán el dolor. Las llaman betaendorfinas, las “hormonas del placer” o de la “felicidad”. En mi sangre ya hay unas pocas circulando, por la divisa que me pusieron y porque mi respiración ya está muy acelerada. Para conseguir eso me hacen embestir al caballo, y yo, como soy bravo, voy a por él. Vaya tontería que acabo de cometer. De repente he sentido un dolor enorme. Hay ahí arriba algo que me está haciendo daño. En realidad yo creo que es el caballo, así que para defenderme, le embisto con todas mis fuerzas. Pero no puedo, no puedo más, esto duele mucho y empiezo a notar cierta debilidad en mis patas. La sangre empieza a manar en la zona donde se localizan mis vértebras torácicas y dorsales. Al parecer, el picador no ha acertado con la puya y me la ha clavado en una zona que según los entendidos no es la adecuada. Los que saben de esto, dicen que la puya debe ser clavada en el morillo, que es una zona donde mis músculos están muy duros, pero claro, como yo me muevo mucho, pues no aciertan. La puya se sale, el picador la vuelve a clavar, y más dolor, y más sufrimiento. Decido retirarme, no puedo derribar al enemigo. Algunas estructuras anatómicas de mis vértebras, lo que llaman apófisis espinosas y transversas han sido fracturadas. Algunos huesos de mi columna han sido aplastados. Me imagino lo que se vería si me hicieran una radiografía. Mi médula espinal, que es un cordón nervioso que está protegida por estas estructuras óseas, se empieza a encontrar presionada, y debido a la hemorragia que me han producido, hay sangre que ha invadido el canal medular, que en algunos tramos también se empieza a encontrar presionado. Me duele mucho, así que mi sangre se está llenando de betaendorfinas. Mis receptores del dolor, que se llaman nociceptores, han recibido esta desagradable sensación y mi sistema nervioso periférico le ha dicho al que manda, el sistema nervioso central, que descargue betaendorfinas para paliarlo. Sigo estresado, tengo pánico, necesito cortisol, así que mi cerebro ya debería estar diciéndole a mis glándulas que lo produzcan en cantidades industriales. Pero hay algún problema que todavía no sé muy bien cual es. Mi corazón pide sangre para aportar a mis órganos, mis células piden glucosa y mi sangre se llena de ella para compensar el gasto energético que tengo, mis pulmones inspiran y espiran a una velocidad de vértigo, necesitan oxigeno con urgencia. Mis funciones vitales se han vuelto locas con tanta alteración.
Los señores de los trapos rojos me llaman, me chillan, zarandean sus manos, quieren que vuelva a que me hagan más daño, me niego, me doy la vuelta, quiero desaparecer. Sigo nervioso, estoy sufriendo y me duele, pese a mis betaendorfinas.
Me han dado un momento de respiro. Mientras, suena una música que apenas oigo. Están en lo que llaman el cambio de tercio. Estoy muy asustado, no sé lo que me espera. Mis amigos que fueron devueltos a los corrales me habían contado algo, pero en base a sus análisis de sangre creía que exageraban.
Al poco rato veo un nuevo señor, que no lleva en sus manos ningún trapo rojo, sino una especie de palos. Los tiene levantados a la altura de su cabeza y en su punta brilla algo metálico. Hace sol, por eso veo el reflejo. Me llama, se acerca hacia mi corriendo, voy a por él, y de repente, siento un fuerte dolor agudo en mi columna que me hace pegar un salto. De nuevo siento mis vértebras dañadas, mis músculos perforados, mi sangre mana. Así ocurre tres o cuatro veces más, no recuerdo. La segunda vez he intentado empitonar con mis cuernos al de las banderillas, pero las fuerzas no me responden. Con el tercero no he tenido ni fuerza para correr, me he rendido, ha pasado a mi lado y casi me he quedado quieto. Estoy agotado. Nuevas banderillas, más dolor, más y más.
Dicen que cuanto hay un estrés se pasa por tres fases: la primera es la que llaman de alarma, la segunda la llaman de adaptación o de resistencia y la tercera es la de agotamiento. En las dos primeras el organismo descarga catecolaminas y cortisol en cantidades importantes. ¿Y que pasa en mi sangre?, ¿que hace mi cuerpo ante tanto dolor, ante tanto destrozo? ¿Qué puede hacer mi especial organismo para contrarrestar tanto sufrimiento? Recuerdo que antes de salir a la plaza, y en los primeros momentos, la ACTH y el cortisol, como consecuencia de mi miedo y mi ansiedad circulaban por mi sangre en grandes cantidades. Si me hubieran sacado sangre en este momento, los valores de estas hormonas, según los últimos estudios, estarían elevados pero no muy lejanos a los que tenía cuando estaba en la dehesa viviendo tranquilamente. Que raro, algo está pasando. ¿Será que ya no estoy estresado? ¿Será que ya no sufro? ¿Será que me he adaptado? ¿Influirá que me estoy agotando?
La respuesta la tienen esos buenos médicos que intentan evitar el dolor en sus pacientes antes, durante y después de las operaciones. Han descubierto que cuando el sistema nervioso no está intacto, como estaba el mío cuando me subieron al camión y cuando estaba en la plaza, antes de la lidia, la transmisión nerviosa no funciona adecuadamente. Quiero decir que como me han metido puyazos y banderillas se han “cargado” parte de esa transmisión nerviosa que debería decirle a mi cerebro que les dijera a mis glándulas que produzcan mas CRP, y como consecuencia más ACTH, y como consecuencia más cortisol para aliviar mi sufrimiento. Pero no se puede, no es científicamente posible. Mis catecolaminas, que se han ido produciendo en grandes cantidades para aliviar mi tensión arterial, mi flujo sanguíneo, mi función cardiaca y mí respiración se están agotando, pero aún así tengo mecanismos celulares que las siguen produciendo. ¿Recordáis?, alarma, adaptación, resistencia, agotamiento.
Y qué pasa con mis betaendorfinas. ¿Por qué mi organismo no puede producir cortisol y a estas sí puede producirlas? La respuesta de nuevo la tienen los buenos médicos. Resulta que cuando el sistema nervioso no está intacto, el organismo tiene otro mecanismo para generarlas. Hay células capaces de hacerlo aunque el sistema nervioso esté alterado. Uno de los lugares donde estás células, llamadas de la inmunidad, las producen, es en zonas próximas a las lesiones, en especial donde se ha producido una lesión y se está desarrollando una inflamación. Por eso los análisis dirían que mi sangre está cargada de betaendorfinas después de las puyas y las banderillas, pero no tiene el cortisol que debería tener si es que estoy sufriendo tanto.


Lo que vendrá después son lances del estúpido juego al que me someten los humanos. Tengo que embestir de nuevo el trapo rojo del que más euros recibe entre los que me han hecho daño, del matador, del que terminará con mi vida. Mi vida a costa de algo que llaman faena. Efectivamente, me están haciendo una faena, y gorda.
Lo cierto es que ya me da lo mismo, estoy muy cansado, estoy agotado, estoy en la última fase del estrés. Quiero embestir, quiero luchar, pero no puedo. La verdad es que durante un rato, a pesar del daño que me han causado, me encuentro un poco mejor, ya no hay puyas, ni banderillas, pero después de tres carreras me encuentro de nuevo muy mal. He vomitado, echo sangre por mis ollares, mis extremidades no me sujetan, me he caído tres o cuatro veces. Cada vez veo peor, pero, aún así saco fuerzas de flaqueza.
Por un momento me vuelven a dejar tranquilo. He visto al torero cambiar algo que llevaba detrás del trapo por algo que ha brillado, que tiene más brillo que las puntas de las banderillas. No sé que es, pero tampoco me importa. Vuelve hacia mi, quiere que embista una y otra vez, una y otra vez, sin darme descanso. Cada vez mana más sangre de mi cuerpo. Estoy mugiendo de dolor, estoy sufriendo, estoy agotado, no puedo seguir.


El torero se ha situado frente a mí, me mira, ha sacado algo de detrás del trapo rojo. Apunta con el utensilio hacía mí, me enseña el trapo por debajo de mi cabeza, la bajo y embisto. He sentido otro enorme dolor, he sentido que algo se ha rasgado en mi interior, me falta el aire, creo que mis pulmones se han roto, alguno de mis grandes vasos sanguíneos, ha sido seccionado. Mis pulmones se encharcan, me tambaleo, me estoy muriendo. Un gran vómito de sangre sale de mi boca y mi nariz. A paso lento, muy lento, me dirijo a algún sitio donde apoyarme, mis patas ya no me sujetan, estoy cerca de lo que llaman el burladero. ¿Tendrá esto algo que ver con eso que llaman hacer burla? Yo creo que sí, durante un rato se han burlado de mí, haciéndome “entrar al trapo”, haciéndome cargar contra un caballo que yo creía que me hacía daño, haciéndome correr hacia un señor con banderillas en sus manos. La peor burla ha sido la última: el matador ha tirado su trapo al suelo, me ha hecho bajar la cabeza, embestir y me ha clavado su espada. Me he tumbado, quiero que me dejen en paz, quiero morir. Pero no, “ellos no quieren que sufra”. Lo que en realidad quieren es que nadie vea mi agonía. Tiene gracia, llevo agonizando desde hace mucho rato y ahora se preocupan de la estética. Con mis ojos vidriosos, empañados por las lágrimas veo a un hombre que se acerca, se ha agachado ligeramente y me ha insertado algo en el cuello. Siento otro profundo dolor, me ha seccionado la médula, y yo convulsiono. Esto se ha terminado.
Ya no tendré nunca la oportunidad de descargar cortisol, catecolaminas o betaendorfinas. ¿Para qué?
Y ahora, todos a pensar.
Gracias humanos.

José Enrique Zaldívar Laguia.
Veterinario.
La respuesta con mis argumentos científicos la podéis leer aquí. Si queréis descargarla en formato pdf, lo podéis hacer desde esta web, que amablemente ha decidido hacerlos públicos.
Los antecedentes, es decir, las declaraciones del Dr. Illera, las podéis leer en este enlace.

Añado un poema que me ha llegado por e.mail esta tarde.


Soneto
"Es amor lo que pido"
Cantatas, sinfonías, mil conciertos
no bastaron para abrir tu corazón,
con la sangre de inocentes, sin razón,
reclamaste a las cinco los seis muertos.
De Quevedo y Baroja cien sonetos,
de Unamuno su rechazo, a la sazón,
no frenaron la barbarie del arpón,
pasatiempo de infamia sin respetos.
Es amor lo que pido y te reclamo,
es derecho a la vida lo que exijo,
es justicia la norma que proclamo.
Del cielo y el perdón eres aún hijo,
del sino de los toros no eres amo,
la Bula de San Pío ya lo dijo.
(Antonio García-Palao)
Más poemas y escritos en:


1 comentario:

Anónimo dijo...

Solamente con el logro de un pensamiento liberado de corrupción se logrará parar semejante genocidio animal.
El lograr este pensamiento en la mente es muy sencillo.
Libera tú espíritu, libera tu mente, libera tu cuerpo, libera tus sentimientos, libera tu culpa.
Libérate un solo día de tu vida, uno solo, y serás libre para siempre.