En un nuevo y delirante episodio, España se ha ido a Bruselas con la banderola taurina, enarbolada por el eurodiputado Luis de Grandes (PP), aterrizando nada menos que en el Parlamento Europeo con una exposición sobre las corridas de toros y su correspondiente defensa y encomio. No nos sorprende que parte de nuestra clase política, nacional e internacional, siga en la brecha taurina con una tozudez rayana en lo desesperado, y que los ha llevado en este caso a montar en Bruselas un chiringuito de 48 horas, con un presupuesto de 180.000 euros públicos que finalmente parece que se ha ido al doble.
Lo que nos sorprende, en este caso sí, aunque no debería conociendo al sector, es que en una vuelta de tuerca hayan llegado a utilizar el ocultismo, y hasta el engaño, para aparecer allí acompañados por eurodiputados que dieran brillo y esplendor a su parada de la muerte, hasta el punto de que, para vergüenza de todos los españoles, uno de ellos, el belga Gerard Deprez, ha considerado oportuno aclarar por escrito que cree haber sido manipulado y que “lamenta sinceramente que su nombre haya podido ser asociado a un objetivo que no desea promocionar”. Y algo así debería dar qué pensar a quien esté en capacidad de poder hacerlo.
Son los últimos coletazos de esta tradición indigna, que en nuestro país por más que les reviente está en una decadencia y rechazo casi general, y que ahora intenta salvarse a la desesperada recurriendo a Europa, aunque sea con engaños, como hacen con el toro.
Nos parece lamentable la acción de esta gente que nos pone a todos colorados, y nos parece además un fraude de quienes permiten que el dinero público se dilapide de esta forma. Pero ahí estamos, vestidos de grana y oro, torturando por las plazas a costa de sacrificar animales, conciencias, éticas y, si hace falta, también servicios sociales.
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