Llegar a ser figura del toreo es un milagro, pero, al que lo consigue, un toro le puede quitar la vida; la gloria, nadie”, esa es la leyenda que reza en un cartel en la zona donde hacen sus prácticas los niños que acuden a la Escuela de Tauromaquia de Madrid.
Y todos los madrileños contribuyen económicamente a que críos que todavía no han finalizado sus estudios de primaria aprendan que ponerse delante de un toro es una demostración de valentía y, que recibir una cornada mortal es alcanzar el máximo honor, el mayor de los triunfos: el de ser recordado como un héroe que perdió la vida por su arrojo.
Las arcas públicas gestionadas por la Ilustre Marquesa taurófila Doña Esperanza Aguirre, subvencionan a esta Academia en la que los chavales aprenden a matar para ofrecer espectáculo y diversión a unos cuantos y muy sustanciosos beneficios a bastantes menos. Por una cuota mensual inferior a lo que cuesta una revista infantil, las criaturas comienzan un proceso de aprendizaje orientado a convertir a los que posean las aptitudes adecuadas, en matarifes vestidos de luces, en seres capaces de hundir hierro y acero en la carne de un animal, para que una muchedumbre exaltada ante la visión de la sangre, acabé por premiar al “maestro” otorgándole un trofeo consistente en un trozo del cuerpo torturado, asaeteado y mutilado de un toro que entró la Plaza a ser martirizado y sacrificado, y todo porque todavía hay quien lo llama arte y encuentra belleza en semejante escabechina.
El Partido Popular nos tiene acostumbrados a sus discursos sobre cuestiones de educación adjudicándose el papel de salvadores ante la falta de preparación de nuestros escolares y del bajo nivel de enseñanza existente, pero permite, sustenta y promociona un Centro en el que a los niños se les transmite la cultura del maltrato a otros seres, la de su sufrimiento como exhibición, la de su muerte como triunfo y acaso, la de la propia muerte como la más valiosa de las recompensas.
En Madrid, la Comunidad en la que la que la sanidad pública es degradada por la Administración Autonómica para fomentar la privada, en la que los colegios públicos están desasistidos y olvidados para impulsar los concertados, en la que los tan cacareados planes de vivienda para los que tienen menos poder adquisitivo se quedan en pura propaganda electoralista pero se recalifica suelo con gran diligencia para la iniciativa privada, en esa Comunidad que es feudo aparentemente inexpugnable del Grupo Político Conservador, no hay medios ni dinero para proyectos sociales pero si existe para sufragar los costes de una Escuela en la que siguen vigentes valores que durante mucho tiempo, sirvieron para mantener a este País en un estado de atraso, ignorancia y mansedumbre cuyas consecuencias todos conocemos y que algunos parecen añorar.
Y por encima del hecho de destinar el dinero público que se llevan las actividades taurinas a partidas que coadyuven al progreso social, a la ayuda a los más desfavorecidos o a campañas solidarias, está una realidad cruel y ofensiva: que se está inculcando en el ánimo de los más pequeños que el maltrato a los seres vivos es una forma lícita de entretenimiento para unos y de vida para otros, que hay hermosura en el sufrimiento ajeno, que torturar es sinónimo de coraje y que el que un hombre quede tendido en la arena atravesado por el asta de un toro, es la más sublime de las compensaciones después de una vida dedicada a destruir vidas.
Julio Ortega Fraile
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