jueves, 17 de diciembre de 2009

LA FIESTA PARECE HERIDA DE MUERTE

La fiesta parece herida de muerte. Es hora de considerar el toro un ser vivo más y no algo que unos utilizan como símbolo sangriento

leonard beard
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Esta misma semana el Parlamento deberá pronunciarse en contra o a favor de la prohibición de las corridas de toros en Cataluña gracias a la iniciativa legislativa popular (ILP) para la abolición de la tauromaquia impulsada a través de la plataforma BASTA. Pero el voto de los diputados será secreto, e incluso PSC y CiU han dado libertad de voto a sus respectivos parlamentarios. Como firmante de la iniciativa de dicha plataforma me pregunto cuáles son los motivos para querer preservar la identidad del voto y cuáles los argumentos que hacen que los dos principales partidos no se posicionen en este caso. A menudo he oído decir que los toros no tienen nada que ver con la política. Como el fútbol. Sin comentarios. Sólo unas diferencias, la primera y fundamental: mientras el fútbol no para de crecer, el mundo de los toros es cada vez más residual.

La plaza de toros de Girona donde pasé algunas tardes con mi padre cuando era un niño, y de la que sólo recuerdo los cornudos que conseguían saltar hasta la grada, fue derribada hace tiempo como un reclamo turístico desfasado. En la ciudad de Barcelona sólo queda una plaza en activo de las tres que antiguamente se dedicaban al sacrificio público, la Monumental, que sólo llena su aforo cuando viene José Tomás, y con un público escasamente autóctono. Incluso en la villa de Ibiza, donde han nacido mis hijos, la antigua plaza es un descampado lleno de agujeros pendiente de recibir un uso adecuado a los ciudadanos. La macabra fiesta de los toros parece herida de muerte en nuestro país.
Las razones por las que me he posicionado a favor de la prohibición, son las mismas por las que me posiciono a favor de la prohibición de la tortura, o del escarnio público, o de la prohibición del abuso de poder, si fuera el caso. La imagen de un ser vivo convertido en objeto de entretenimiento mientras su sistema nervioso le transmitiendo el dolor de las heridas gratuitas, rodeado por la grada que aplaude sus verdugos, me revuelta con toda la empatía que me transmite la víctima introducida en un mecanismo de tortura y agonía en la que su torturador es el único que la puede salvar. Al igual que el César, que tiene el derecho a dar y quitar la vida. Me parece totalmente anacrónico y no tengo ningún argumento que pueda justificar esta aberración cuando mis hijos me pregunten qué ha hecho la pobre bestia para recibir un castigo tan humillante.
El agravante de mantener el espectáculo de la muerte como fiesta nacional y señal de identidad, exhibida durante años en la televisión pública, con sus sucedáneos enquistados en muchas fiestas populares en forma de toros embolados, u otras crueldades semejantes, en las que una multitud se enfrenta a un solitario ser vivo, diferente , fuerte, mítico, pero finalmente sometido y ejecutado en la plaza pública, me hizo decidir comprometerme con esta iniciativa popular.
El hombre ha puesto a prueba su valor, ha demostrado su habilidad y su sangre fría y ha demostrado por fin que es el rey de esta selva. Pero llegados a este momento en el que nos debemos replantear nuestro papel en este nuevo mundo global, y debemos tratar de lograr una conciencia nueva en la relación con nuestro entorno y nuestros coetáneos por pura supervivencia, me parece que las tradiciones y los modelos de futuro deben ser otros. Debemos dar un salto evolutivo. Los modelos tradicionales deben evolucionar con nosotros y, con el cedazo de la experiencia, tenemos que elegir entre lo que nos es útil y lo que nos supone un lastre para seguir un camino de futuro en el que la crueldad y la tortura no sean el ejemplo.
Es cierto que incluso Goya o Picasso pintaron sus tauromaquia, como también es cierto que pintaron los horrores de la guerra en Los fusilamientos del 3 de mayo o Guernica, por ejemplo. El mundo del arte a menudo ha observado fascinado la cara viva de la muerte.
El toro ha sido la excepción de muchas prohibiciones, hasta el momento. Sólo su silueta sigue observando-nos por las carreteras de la casualmente llamada piel de toro, mientras todos los demás símbolos publicitarios fueron desterrados de nuestra vista en nombre de la seguridad vial. Sólo él sigue muriendo en un espectáculo público en Cataluña, mientras el resto de animales han sido desterrados de los circos que nos visitan en nombre de unos derechos que de forma curiosa no protegen ni el toro ni el caballo, los dos protagonistas de las corridas .

Quizás ya es hora de sacar las manos de sus cuernos y considerarlo como lo que es. Un ser vivo más y no algo que algunos pueden usar de símbolo sangrante. Recordemos que en el juego de las simbologías la respuesta desde Cataluña fue otro símbolo extraído del mundo animal estampado los coches: el burro catalán, una especie protegida que no necesita sangrar para vivir. Incluso India, las vacas son el símbolo, y eso significa que son más respetadas, en lugar de torturadas.
No es extraño que Ghandi, Un hombre que fue timón y ejemplo de aquel país y de todo el mundo con su sentido incorruptible de la ética, dijera: «La evolución de una nación se puede ver en el trato que reciben sus animales» .

* Cantante.

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